«En este período y durante todas estas peripecias continué viviendo como siempre, sólo para mis adentros. La vitalidad externa no podía conmoverme porque no la conocía; rechazaba todas sus posibles tentaciones y llegó un momento en que creía cosa sencilla seguir sin titubeos la línea que me había impuesto de antemano. Soportaba una existencia obtusa, roma, sin prominencias. Claro que tampoco las añoraba. Me había hecho a vivir así y cualquier pasajera variación me desazonaba revolviendo en mi alma el poso de mi pesimismo. De esta manera casi logré el punto de estabilidad que buscaba de tantos años atrás: vivir autónomamente, sin conexiones cordiales, sin afectos... El único nexo que me ataba a mi pasado era el recuerdo de Alfredo y la casa de mi maestro con la preciosa carga de sus habitantes.»
La sombra del ciprés es alargada
Miguel Delibes
1947
Conclusión
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